sábado, 20 de octubre de 2012

El Becario


Horas de biblioteca, leer, subrayar, cabezadas, soltar lo aprendido la noche antes, olvidarlo, volver a aprender. La Universidad daba una tregua. El verano. Pongo en práctica lo aprendido. Todos ‘vacacionan’, yo hago prácticas. No me hacen traer cafés ni fotocopiar, me dejan escribir noticias de menor relevancia observando con desconfianza mis primeros textos. Los últimos ya no los miran. La feria gastronómica, el programa de conciertos, los hábitos lectores en la playa, y hasta algún simulacro de rescate en alta mar con cuaderno y el bolígrafo acompañándome en una embarcación bajo las hélices del helicóptero. Apacibles veranos de costa cuando aún éramos ricos.

Los rayos de sol se apagan, las hojas caen, paso las hojas, memorizo, retengo, lo escupo sobre el papel, a veces aprendo, las menos, con la brillantez de algún profesor que deja a un lado la rigidez del programa para hablar de escritura, de contar historias, de periodismo. Estudio para aprobar, apruebo sin destacar, y hace calor de nuevo. Se acuerdan de mí, vuelvo a ser el becario, más seguro, conociendo el terreno, oyendo la familiar risa del compañero que habla con el político que conoce de hace años, las bromas que a veces rompen los largos silencios tecleados de la redacción de cuatro personas en la que a veces irrumpe algún fotógrafo a descargar su material con alguna queja en los labios.
Los viernes por la tarde nos regalamos un ron cola que ocupa su lugar junto al ordenador, el estuche lleno de bolígrafos y el cuaderno abierto por una página donde se lee algo escrito con prisa que solo su autor comprende.

El líquido desciende mientras se acaban los artículos sobre nuevos planes de urbanismo municipales. Los últimos resquicios de las redacciones de otro tiempo, ya solo se fuma en el balcón que da a la céntrica calle.
Un nuevo adiós con alguna palabra cálida llega. El fin de los libros también. Soy periodista. Un e-mail en el correo. Necesitamos un becario. Vuelvo. Pocas cosas han cambiado. Siguen dando 250 euros al mes y el alcalde promete nuevas obras y oleadas de turistas dispuestos a gastar. Cash. Miento. Hay algunos cambios. Piso menos la playa y más las oficinas del Servicio Andaluz de Empleo. Testimonios de la crisis. Cabreo y lágrimas expresados en palabras para dar voz a las víctimas de la crisis. En los auriculares vuelvo a escucharles sentado en la redacción, transcribo su dolor y le doy forma. Le preparo el plato al lector con datos, nombres propios y lamentos.

La beca acaba allí. Otro joven recién salido del horno académico ocupa mi lugar, despedida cargada de paternalismo, buenos deseos y un punto de compasión. Paso por otras redacciones. Escribo sobre comida afrodisiaca y me lo publican traducido a cinco idiomas. El sexo vende. Listas de noticias más leídas. A veces encuentro la historia, y entonces me abandono y mis dedos tienen línea directa con mi mente. A final de mes no supero los 500 euros. Nunca.

Otras redacciones similares me reciben en otros países donde el reloj marca la misma y diferente hora. Donde la noche cubre el cielo cuando el sol aparece donde nací. Allí descubro historias soñadas convenientemente cercenadas por el editor que las recorta por falta de espacio o decisión propia.
Los periódicos no son rentables, dicen. La publicidad no llega. En Internet están gratis. Me paso al otro lado. El pueblo ya no es mi clientela, lo son las empresas. Decirles cómo comunicar. Nuevas presentaciones, nuevas caras, y cifras similares en la cuenta a fin de mes. Vuelta a madrugar, llego a casa cansado, me duermo. Estoy tumbado en una cama, la piel arrugada, los huesos cansados, la vista borrosa. Un hombre vestido con pulcra ropa oscura me mira sonriente y extiende su mano. “Queremos hacerte un contrato”. Sonrío. Le estrecho la mano trabajosamente y al mirarlo con mayor atención observo bien su vestimenta. Es un sacerdote. Trato de apartar mis dedos pero me tiene sujeto con fuerza. “Ya está en la nómina de Dios”, afirma sonriente mostrando una dentadura imperfecta plagada de piezas de metal. Pierdo el sentido. Muero. Despierto. Pongo en práctica lo aprendido. Unos ‘vacacionan’. Yo hago prácticas.

domingo, 8 de julio de 2012

El fierro tartamudo (I)

Con dos leves y rápidos movimientos del dedo índice dio por terminado el trabajo. Dejó reposar la cámara fotográfica sobre su hombro izquierdo, encendió un cigarrillo, y se alejó de la escena del crimen a paso lento dejando a su espalda las luces de un par de vehículos de la Policía Federal, que seguía recabando indicios sobre lo sucedido.

- Un puto menos en el mundo. Murmuró Darío antes de dar la última calada.  

El muerto, ya camino del tanatorio, era un viejo conocido de la policía, y dado que su rostro no estaba excesivamente desfigurado, fue rápidamente identificado como el ‘chino’ Narváez, sobrenombre que le había impuesto un compañero de instituto debido a que sus ojos se rasgaban cuando reía.  

Esa noche, antes de que lo acribillaran a balazos, Narváez festejaba su cumpleaños con unos tequilas en la cantina ‘La Guadalupana’ cuando le preguntaron sobre el origen de su apodo.

- Ni me acuerdo güey, pero fíjate cabrón que ni sabía disparar cuándo me lo pusieron –dijo soltando una escandalosa carcajada- así que debe tener su tiempo, yo digo, pero no te sé decir los años. Contaba el ‘chino’ mostrando su imperfecta dentadura y rasgando los ojos hasta convertirlos en dos rayas horizontales.  

En los últimos meses no era habitual verle reír, ni siquiera sonreír,  pero esa noche había dejado a un lado su habitual actitud tensa y vigilante, esa que le había salvado la vida no pocas veces cuando para no irse al otro barrio antes de tiempo había que ser el más rápido apretando el gatillo o decir este suelo no es mi tumba y salir por piernas. Aquella noche incluso había dejado de mover la pierna derecha con insistencia, una manía que irritaba sobremanera al ‘cuate’ Mendoza.  

El problema se acentuaba cuando jugaban los Pumas, de los que el chino era acérrimo seguidor. Tres meses atrás, durante el partido decisivo del campeonato de liga que enfrentaba a los Pumas con el América, el equipo del ‘cuate’, ambos tuvieron sus más y sus menos mientras la Ramona, chaparrita y nalgona camarera de la Guadalupana, refrescaba el gaznate de la tropa llevando chelas llenas y recogiendo las vacías dejando ver sus pequeñas piernas bajo la minifalda.  

-¡Quieres parar de una pinche vez de agitar esa piernita de puto que Dios te dio!, le gritó por segunda vez el ‘cuate’ exigiendo agresivo mientras miraba al techo cubierto de humo de 'La Guadalupana', con el partido llegando a su recta final con empate sin goles. 

-Ya deja de joder, no la mires y presta atención al juego, al baño que mis pumitas le están dando a esos pendejos que se hacen llamar América. 

Y su pierna derecha siguió, invariablemente, temblando compulsivamente mientras las uñas de sus manos iban desapareciendo entre sus labios. Nada más terminar de oír la frase del ‘chino’, el ‘loco’ Fustera, el ‘manco’ Llorente y el ‘mudo’ Medina, que seguían el partido sin la misma intensidad por ser seguidores del Cruz Azul, se miraron alarmados. Narváez, el más joven de la banda con 29 años, llevaba apenas dos semanas en el grupo, y aunque manejaba bien su parabellum 9 milímetros y había mandado a criar malvas a no pocos hombres, no conocía los arrebatos de furia del ‘cuate’. Todos se miraron expectantes aguardando su reacción y respiraron aliviados cuando  vieron que el ‘cuate’ no entraba al trapo y daba un trago a su chela sin decir nada, siguiendo el juego, si bien al ‘mudo’ Medina le pareció, y así lo dijo al resto con discreción, que el color de su rostro se volvía tantito más rojizo. 

-Ten cuidado con lo que dices ‘chino’ o te van a dar de madrazos hasta mandarte a Pekín de vuelta cabrón, le susurró al oído el ‘mudo’ Medina con la intención de evitar una pelea entre los de la banda. 

-Ya tenemos suficientes enemigos ahí fuera con los que rompernos la madre como para que nos andemos con estas chingaderas también entre nosotros, solía decir el mudo a susurros cuando se armaban problemas entre ellos. 

Pero el ‘chino’ siguió viendo el partido como si nada, y su pierna derecha subía y bajaba cada vez moviéndose más frenéticamente. Era un movimiento automático, que no podía controlar, superior a sus fuerzas, y ello se acrecentaba con los Pumas acosando la portería rival. El ‘cuate’ lo miraba de reojo y apretaba los dientes, luego volvía a mirar la televisión y alzaba la mano sin hablar, lo que bastaba para que la Ramona llegara silenciosa con su cara redonda y sus ojos y cabello negros, a traerle una chela nueva. 

Apenas se dio la vuelta la Ramona cuando los Pumas se preparaban para botar un saque de esquina. La prórroga estaba llegando a su fin y los entrenadores de ambos equipos discutían con sus ayudantes mientras anotaban en una libreta los nombres de los elegidos para lanzar los penaltis. El ‘chino’ gritó “ahí la tenemos”, el ‘cuate’ tragó saliva, y el zurdo Vázquez pateó desde el córner un centro bien bombeado dirigido al segundo palo. Los ojos de la decena de clientes del bar se volvieron saltones y vivaces y contuvieron el aliento mientras el balón sobrevolaba el área. Escobar, defensa americanista, aguardaba el descenso del esférico para despejar de cabeza, pero entonces emergió elevándose en carrera el ‘ratoncito’ Almeida, de apenas metro sesenta, que con un contundente testarazo mandó el balón a la red dando el gol de la victoria a los Pumas.  

El ‘chino’ gritó levantándose con los ojos brillantes de excitación. Su clamor le impidió oír como el ‘cuate’ rompía contra la mesa el botellín de chela y se le acercaba con él en la mano. Saltó y saltó con los brazos en alto y cuando volvió a sentarse para recuperar el aliento, sintió el cristal frío penetrar en su pierna y cayó de la silla gimiendo de dolor. “Se lo había dicho”, susurró el ‘mudo’ al ‘loco’ Fustera mientras el ‘cuate’ recuperaba su asiento impasible sin pronunciar palabra portando en la mano derecha el botellín de chela ensangrentado. 

Ese incidente había dejado en el ‘chino’ una fea cicatriz y una constante desconfianza hacia sus compañeros de banda. En su fuero interno, esperaba poder cobrársela de vuelta al ‘cuate’ en cuanto tuviera oportunidad. Nadie humillaba así al chino, se repetía. 
Pero hoy estaba relajado, era su 30 cumpleaños y quería pasarla a toda madre. Así que cuando le preguntaron sobre el origen de su apodo, el ‘chino’, volvió la vista atrás en sus recuerdos y respondió con esa ocurrencia que encontró divertida. 

-Ni sabía disparar cuándo me lo pusieron, fíjate si hace tiempo, jajaja. 
- Ah, como si ahora supieras pegar tiros pinche chino, ni a un conejo en su madriguera eres capaz de agujerear, le respondió el ‘cuate’ Mendoza mientras su rostro quedaba cubierto por el humo del puro que fumaba. La respuesta hizo estallar en risas al ‘loco’ Fustera, el ‘manco’ Llorente y el ‘mudo’ Medina.

El ‘cuate’ Mendoza era el más veterano del grupo. Presumía de haber participado en balaceras en 31 de los 32 estados mexicanos, “A Quintana Roo no voy a meter plomo, solo voy a asolearme”, decía sonriente. A sus 58 años, era un rara avis en el gremio, pues llegar a su edad era algo que pocas veces sucedía.  

-No puedo decir que la fortuna me haya sido esquiva, Dios me libre, he visto balas perdidas pasar acariciándome los bigotes y hombres caer a mi lado a montones. Con solo que hubieran desviado tantito la muñeca y apretado el gatillo, sería mi tumba la que pintaría mi Rosana, y mi foto la que presidiría la ofrenda, pero no manches, también he pagado mi peaje, tengo en el cuerpo más metal que plata ustedes en el banco, gustaba de repetir el ‘cuate’ cuando alguien le manifestaba sus respetos por haber llegado a tan avanzada edad en un oficio tan desagradecido como el de delincuente organizado. 

-El secreto no es otro que esperar siempre lo peor de aquellos que te rodean. Mirar bien a los lados y no dar la espalda a quien no conoces. Lo primero que me enseñó mi maestro y padre, el ‘sancho’ Mendoza que en paz descanse, es a mear siempre sentado con una mano en la pistola y la otra en la cola, solía decir cuando perdía la cuenta del número de chelas que había bebido, a lo que los otros, con expresión mezcla de admiración y temor, le daban la razón calculando que, llegado el momento, mejor era tener hombro con hombro a un tipo de su fiereza. 

–Sabio consejo sin duda. Gran hombre su padre, respondió en una ocasión uno de los aduladores que haciendo coro asentía mientras oía la historia del ‘cuate’.
-De eso nada, era un ladrón, un sinvergüenza y un pedero infiel que abandonaba cada noche a mi santa madre por irse con sus fulanas.  

-Que poca ma… le dio tiempo a pronunciar a uno de los que le escuchaban atentamente antes de que le cayeran dos plomazos. 

- En mi casa nunca faltó el pan, le soltó el ‘cuate’ mirando al hombre agonizante en el suelo antes de seguir hacia la barra ante el asombro del resto. 

Ese día, los clientes de ‘La Guadalupana aprendieron que solo Mendoza estaba en disposición de mentar la madre a los suyos.

(Continuará...)

lunes, 2 de julio de 2012

La caja mágica de Orlando

El 11 de julio se cumplirán dos años desde que escribí esta historia, y hoy México eligió al presidente que debe cambiar el país para que no se tengan que escribir nunca más.


Álvaro Sánchez
EL MUNDO DE CÓRDOBA

“A mi no me da miedo pero a él sí, cuando llueve se mete en una cajita que tenemos ahí”.
La voz infantil de Eduardo Peralta desvela el escondrijo desde el que Orlando, su hermano pequeño, oye las gotas de lluvia chocar contra el suelo con la inundación del pasado año como vago recuerdo convertido en pesadilla para su frágil memoria de niño de dos años y medio.
Como hermano mayor sus palabras desbordan la ingenua valentía que le dan sus escasos seis años, tiempo en el que la cercanía de su hogar al caudal por donde circula el agua le ha hecho convivir con la fuerza veraniega de un río San Antonio que se torna salvaje e indomable cuando la lluvia lo alimenta haciéndole crecer desproporcionadamente.
Eduardo no se guía por cuadras y avenidas, sus puntos de orientación son arriba, donde están las casas de sus amigos y juega al futbol haciendo rebotar un balón contra una pared, y abajo, donde se encuentra su vivienda, a la que llega empapado y enlodado cuando las nubes arrojan despiadadamente el líquido elemento sin avisar, cuando su barrio se inunda.

“Y luego llegan las gripas”. Aurora Lechuga Silva, abuela de los pequeños, pone la voz de la cordura y el comprensivo reproche. Ejerciendo de abuela y madre por las 10 horas diarias que su hija pasa fuera dedicada a la limpieza de casas para que nada les falte a Eduardo y Orlando, los 30 años que lleva viviendo junto al río San Antonio la convierten en la mejor conocedora de lo que es capaz de hacer, no en vano, la antigua vivienda que habitaba, muy cerca de la actual, fue arrasada por el agua.
Hubo que empezar de nuevo, y su marido, que trabaja de albañil de 6 a 6, se afanó hace siete años en construir la casa que hoy sirve de refugio a los cinco miembros de la familia. “Nos llega para vivir, a lo pobrecito, pero sí”, sostiene Aurora sin perder la sonrisa. El pasado agosto una inundación les hizo desalojar la casa por unas horas y este año, hace tan solo dos días, Protección Civil les visitó para pedirles que se marcharan a un albergue en Colorines. “No queremos irnos porque no podemos llevar todo y podrían robarnos lo poquito que tenemos como ha sucedido en otras inundaciones”, se excusa Aurora.

Entre lo poco que podrían llevarse, dos roperos y la televisión donde Eduardo y Orlando ven las caricaturas de Max Steel y algún partido casual. “Le voy a Los Pumas, me gusta el animalito”, cuenta con tan convincente motivo Eduardo, que acaba de terminar el kínder.
La lluvia da una tregua fuera y el río corre aún lejos de sus niveles más altos. “Me asusta, ahorita no nos ha espantado pero luego sube hasta arriba. Agosto y septiembre son peligrosos”, cuenta Aurora.

La temporada de lluvias apenas da sus primeros pasos y no serán pocas las carreras de Orlando hasta el interior de la ‘mágica’ caja de cartón que le protege de rayos y truenos como si se tratara de un elemento de ficción más de caricaturas televisivas como Max Steel. Puede estar tranquilo, Eduardo, su valiente hermano mayor, no le dejará sólo.