sábado, 12 de enero de 2013

Escribiéndote desnuda



No hay humo. No fumamos. La habitación está a oscuras y tú ocupas la cama tumbada boca abajo. Desnuda. Tu respiración ya casi ha recuperado su ritmo normal, y tus ojos cerrados me dicen que estás en algún punto de la frontera entre la realidad y el sueño. Mi sudor y el tuyo están en tu piel mezclados, brillas y el cabello te cae ocultándote la nuca y extendiéndose sobre tu espalda. La sábana solo te cubre la pierna izquierda hasta el tobillo. Estiras la mano y no me encuentras. Por unos segundos no comprendes por qué no alcanzas a tocarme, por qué hay un vacío a tu derecha. Entonces te colocas tumbada de lado dejándome a la vista un pequeño cerco sombreado en la sábana y sin abrir los ojos lanzas al aire un "¿dónde estás?" desprovisto de fuerza, similar al del niño que llama a su madre en mitad de la noche. 

Sin defensas, sin bravura, entregada a mí con la ternura que el orgasmo y el cansancio físico han dejado en ti, me llamas de nuevo esperando mi respuesta, probablemente aguardando una voz lejana contestando con un “fui al baño” o un “fui por agua”, aunque pensándolo bien el agua nunca falta. Una jarra y dos vasos aparecen una y otra vez en tu mesita de noche cuando intuyes que puede pasar. 

Pero esta vez no, esta vez estoy frente a ti, mirándote, sentado en la mesa de tu habitación con un bolígrafo en la mano. Elijo no responderte y por fin abres los ojos y me miras extrañada. "¿Qué haces ahí?”, me dices con una media sonrisa juguetona, sorprendida de verme sentado a tu mesa solo cubierto por el bóxer que recogí del suelo. “Escribiéndote desnuda”, te digo, y tu extrañeza crece por instantes “¿Cómo?”. “Con palabras”. No lo asimilas y te me quedas mirando con curiosidad unos segundos buscando el juego oculto, el detalle que aporte luz a mi actitud. “Me escribes desnuda… ¿no me estarás dibujando?” “No. No te estoy dibujando”, respondo, el arte de crear imágenes sobre el papel nunca fue lo mío. Mis paisajes y retratos nacen con mayúscula y acaban en punto. Mis bocetos tienen párrafos.
“Te escribo”. Me escuchas y te quedas en silencio. Empiezas a comprenderme aunque en tu archivo mental las cosas no cuadren. No has visto en ninguna película que una modelo pose para un escritor, ni siquiera para un novio aficionado a escribir. 

Vuelves al silencio dejando caer tu cabeza sobre la almohada. Tu cuerpo es blanco y negro por la luz lunar que se cuela por la persiana. “Que cosas te inventas”, me dices con resignada incomprensión. Yo sigo llenando líneas con la descripción de tu cuerpo, detallando los rasgos de tu rostro, la posición de tus piernas, la fragilidad que desprendes desde tu escasa estatura, desde esos minúsculos pies que sustentan tu cuerpo. “¿Y tengo que hacer algo?”, me dices, dispuesta, con interés renovado, a participar de mi raro capricho y serme útil en mi extravagante propósito. 

“Nada”, te contesto sin apenas alzar la voz. Me haces caso y te quedas tumbada desnuda mientras te observo y te escribo. Por momentos pareces dormida y te estudio inmóvil, preguntándome como unos pocos lunares en tu espalda pueden tener ese poder erótico. Lo escribo. Pasados unos minutos entreabres los ojos y me miras con curiosidad. “¿De dónde sales?”, me espetas a modo de divertido reproche dándome a entender que te encanta que no sea normal, que haga cosas diferentes. 

Para ti es un excéntrico juego y para mi va más allá. Es el reto de plasmar la divinidad del cuerpo femenino. La belleza de perfecciones e imperfecciones, es un diálogo conmigo mismo que me ayuda a liberarme soltando sobre el papel el efecto que la quietud de tu cuerpo desnudo sobre las sábanas me produce. Me extiendo más de la cuenta frente al papel y el juego se te hace aburrido. Te duermes. El sudor ya se ha secado y la tinta moja el papel frenéticamente con adjetivos que hablan de ti. De tu cuerpo en blanco y negro. El silencio de la madrugada es abrumador, la llamada de tu piel empieza a tentarme de nuevo. Dejo el bolígrafo sobre las palabras que hablan de ti y me incorporo a la cama tumbándome a tu lado. 

“Te escribí desnuda”, te susurro despertándote. “Estás loco”, me respondes entre risas.