viernes, 16 de septiembre de 2011

Allá dónde estés

(Para todas las mujeres víctimas de maltrato) 

Hoy se cumple un mes desde que te marchaste Manolo. Entre tu legado, la paz que hoy inunda la casa y el ligero temblor de mis manos, que hace mi caligrafía menos precisa que antaño, cuando la redondez de mi escritura era incuestionable.

La culpa me aflige al mezclar un término como “paz” –que pese a la brevedad de sus tres letras engloba un contenido tan bello y puro como manoseado- con algo tan contrario a la misma como es la pérdida de una vida, de tu vida Manolo.

No sé si desde donde te encuentras serás capaz de verme aquí, escribiendo sobre la mesa que tantas veces golpeaste durante tus accesos de ira. Ha cambiado todo tanto…

Desde que te marchaste he sido capaz de dormir algunas noches sin necesidad de tomar nada, pero no de sonreír, al menos eso ya lo has conseguido por una buena temporada. Tu fétido aliento a alcohol, que tantas veces me hizo nocturna compañía después de que cesaran tus golpes e insultos sólo es hoy el olor de mis pesadillas. Esos malos sueños en los que me despierto sobresaltada en mitad de la noche suplicándote que no me pegues en la cara, que mi nariz está sangrando Manolo, que mi camiseta se ha vuelto roja, que me vas a matar Manolo.

Hace ya un mes que dejaste este mundo y la soledad que siento me ha empujado a refugiarme en los recuerdos. Me entretengo tumbándome en el sofá, cerrando los ojos y rebuscando en mi pasado para embarcarme en el balance de lo que ha sido mi vida contigo. Esta casa en el campo, que un día fue el sueño que juntos concebimos me resulta hoy tan lúgubre y sombría…

Tus palizas han borrado casi por completo los días en los que me hacías feliz. Son tan escasos los resquicios por los que se cuelan nuestras carcajadas de ayer o nuestras miradas de sincero deseo. A veces, sin embargo, me sorprendo viendo aquel ramo de flores que tú mismo recogiste una mañana de 1984, y que al despertar contemplé ensimismada reposando cuidadosamente colocado en tu lado de la cama, aún caliente por tu reciente partida al trabajo. Era el ramo más bonito del mundo. Sin lugar a dudas.

Su lugar lo ocuparon las manchas de sangre. De mi sangre Manolo. Cambiaste mucho cuando supiste que no podríamos ser padres, que tu esperma no era capaz de dar a luz al niño que con tanto ahínco querías convertir en futbolista. Te abochornaba pensarlo, sentías tanta vergüenza de ti mismo, tal complejo de inferioridad.

Pero a mi no me importaba Manolo. Yo te quería. Te propuse otras opciones, podíamos seguir un tratamiento o adoptar un niño. Pero ya no oías. Me gritabas que no querías el hijo de otro y cada día llegabas más tarde y más borracho. Un día durante una discusión te atreviste levantarme la mano y golpearme, luego lloraste como un niño entre mis brazos desconsolado pidiéndome perdón. Y te perdoné. Pero los moratones pronto poblaron el cuerpo que con tanta delicadeza y mimo acariciaste en otro tiempo, un tiempo que hoy me parece que nunca haya existido. Son tantas las lágrimas que he vertido sobre la almohada ante tu indiferencia Manolo.

La casa que un día soñamos para una gran familia hoy es toda para mí. Que suerte tengo Manolo. Cada día puedo dormir en una habitación diferente, todo un lujo. Además ahora podré pasear por el pueblo sin oír cuchicheos y murmuraciones como “pobrecita, mira como tiene la cara”. Los días de compasión ya son historia Manolo. Ahora saldré a comprar el pan y no a comisaría. Ya no dirán “otra vez ella” en el cuartelillo. Las denuncias se quedaron en doce. Ah se me olvidaba, dentro de tres semanas tienes que declarar ante el Juzgado de Primera Instancia e Instrucción. Si no puedes acercarte no pasa nada, imagino que allí donde estés ya te habrán hecho pasar por un Tribunal.

Lo que son las cosas Manolo. Yo temiendo que un día se te fuera la mano con el alcohol y me mandaras al otro barrio, y ha sido ese mismo alcohol, el que te convertía en una bestia salvaje e inhumana, el que hizo que hoy hace un mes tu coche se saliera de la carretera contigo dentro.

Hace ya mucho tiempo que no te quiero Manolo. Lo sabías bien y por eso amenazabas con matarme cuando te hablaba de separarnos. Hace mucho que habíamos dejado de ser lo que un día soñamos. Me hiciste sufrir tanto…

Hoy enciendo la televisión y siento dentro de mí una punzada extraña, la seguridad de que podía haber sido una de las tantas mujeres que llenan la sección de sucesos cada día, una de las que durante unas horas son recordadas en manifestaciones y por las muestras de indignación de unos cuantos vecinos y familiares para después sumergirse en la oscuridad de las profundidades. En las frías fosas de un olvido. Por suerte, las circunstancias me han dejado seguir siendo Dolores Márquez y no un número más en esa macabra lista que cada día enumeran los medios de comunicación.

Con esta carta, que más tarde depositaré junto a tu lápida, sólo quería despedirme de ti. Soltar lo que tanto tiempo he guardado dentro. No sé si algún día volveré a ser feliz. No sé si confiaré en algún hombre de nuevo. Ya no tengo fuerzas, pero no soy de las que se rinden fácilmente. Aunque me odie a mi misma por sentirme aliviada por tu ausencia, irrevocablemente eterna, me tranquiliza saber que la orden de alejamiento que te ha impuesto este juez sí tengo la certeza de que la cumplirás. Ojala nunca me hubieras hecho capaz de pronunciar esta frase. Ojala no me hubieras convertido en alguien capaz de odiar.

Quizá sea, ahora que lo pienso, tu mayor victoria póstuma.


(51 mujeres fueron asesinadas por sus parejas en los primeros 6 meses de 2011 en España. Centenares lo han sido en lo que llevamos de siglo. Miles en todo el mundo. Sufren en silencio y deben saberlo. No estáis solas).